La semana pasada el BBVA emprendía una importantísima reestructuración directiva cuyo leit motiv fue la necesidad de adaptar las estructuras del banco a la revolución digital. Al mismo tiempo, en Estados Unidos se desarrollan nuevos modelos de roboadvisor financieros y brokers on-line, que comienzan a tener su presencia en el mercado. ¿Hasta dónde llegará esta revolución?
Los roboadvisor que se están desarrollando en EEUU basan su negocio en la reducción de los plazos de toma de decisión financiera, en un mercado hiperegulado, así como en la falta de tiempo que tienen los jóvenes profesionales para gestionar sus inversiones.
Así, consideran que las futuras generaciones, tanto de inversores como de jóvenes empresarios, serán plenamente digitales y querrán soluciones en este entorno para gestionar sus inversiones. También esgrimen que las comisiones que cobran son mucho menores que las de los asesores financieros tradicionales. Por último, creen que su operativa es más transparente frente al cliente que la tradicional.
No obstante, los inversores se enfrentan a unos mercados cada vez más complejos en cuanto a productos y condiciones, y quieren saber cara a cara, qué hay detrás de sus inversiones y cuáles son las expectativas reales. La capacidad de un roboadvisor de matizar las preguntas que puede hacer un inversor medio es muy limitada.
Además, los procesos actuales se centran en pocos parámetros de análisis para lo complejo que puede ser cada situación personal, ya que hay que tener en cuenta no sólo la evolución de los mercados bursátiles, sino la situación personal del inversor, su patrimonio, su coste fiscal, su preparación para la jubilación, sus inversiones en diversos mercados con regulaciones diferentes, sus aficiones y tren de vida, y, muy importante, sus expectativas de cambio en todos estos aspectos a corto, medio y largo plazo.
En resumen, un compendio de situaciones personales, familiares, patrimoniales, fiscales, financieras y de ahorro, que a día de hoy manejan mejor las personas que las máquinas.
Los roboadvisor que se están desarrollando en EEUU basan su negocio en la reducción de los plazos de toma de decisión financiera, en un mercado hiperegulado, así como en la falta de tiempo que tienen los jóvenes profesionales para gestionar sus inversiones.
Así, consideran que las futuras generaciones, tanto de inversores como de jóvenes empresarios, serán plenamente digitales y querrán soluciones en este entorno para gestionar sus inversiones. También esgrimen que las comisiones que cobran son mucho menores que las de los asesores financieros tradicionales. Por último, creen que su operativa es más transparente frente al cliente que la tradicional.
No obstante, los inversores se enfrentan a unos mercados cada vez más complejos en cuanto a productos y condiciones, y quieren saber cara a cara, qué hay detrás de sus inversiones y cuáles son las expectativas reales. La capacidad de un roboadvisor de matizar las preguntas que puede hacer un inversor medio es muy limitada.
Además, los procesos actuales se centran en pocos parámetros de análisis para lo complejo que puede ser cada situación personal, ya que hay que tener en cuenta no sólo la evolución de los mercados bursátiles, sino la situación personal del inversor, su patrimonio, su coste fiscal, su preparación para la jubilación, sus inversiones en diversos mercados con regulaciones diferentes, sus aficiones y tren de vida, y, muy importante, sus expectativas de cambio en todos estos aspectos a corto, medio y largo plazo.
En resumen, un compendio de situaciones personales, familiares, patrimoniales, fiscales, financieras y de ahorro, que a día de hoy manejan mejor las personas que las máquinas.