La Fundación de Estudios Financieros (FEF), que preside Juan Carlos Ureta, presentó el estudio “La Regulación Financiera: ¿solución o problema?”, cuya finalidad es reflexionar sobre la reforma de la regulación que ha surgido como consecuencia de la crisis financiera mundial y especialmente de la europea. El estudio ha sido elaborado por un equipo de trabajo dirigido por José Pérez, presidente de Banco de Madrid.
Para la FEF, “el nuevo planteamiento regulatorio es en general adecuado y debiera significar reglas robustas, sencillas y estables; estructuras de mercado sólidas, e instituciones fuertes. Sin embargo, la reforma está resultando muy ardua y en ella, prima la complejidad por la complejidad, la prolijidad de las normas, la escasa proporcionalidad, una falta de calibrado, y en suma, algunos excesos que parecen ignorar sus consecuencias indeseadas. Agravado todo esto, además, por el carácter inacabado de la reforma y una multiplicación de sus objetivos, con la inseguridad que ello genera”.
Por ello, advierte que “existe el peligro de que se distraigan recursos hacia fines secundarios alejados de lo que han de ser los objetivos primordiales de la regulación financiera: la contención de los riesgos sistémicos y la construcción de la confianza de los inversores y usuarios. En este sentido, hay que subrayar que la multiplicación de objetivos deviene en mala regulación y en inestabilidad financiera”.
Y concluye que “más regulación era necesaria, pero es preciso que sea mejor. Y para mejorarla hay que trabajar sin demora para estabilizar la reforma y procurar acercarla, si no a la óptima, sí a algo más equilibrado y racional. A su vez se debe guardar una adecuada proporcionalidad a los distintos tipos y tamaños de entidades”.
Para la FEF, “el nuevo planteamiento regulatorio es en general adecuado y debiera significar reglas robustas, sencillas y estables; estructuras de mercado sólidas, e instituciones fuertes. Sin embargo, la reforma está resultando muy ardua y en ella, prima la complejidad por la complejidad, la prolijidad de las normas, la escasa proporcionalidad, una falta de calibrado, y en suma, algunos excesos que parecen ignorar sus consecuencias indeseadas. Agravado todo esto, además, por el carácter inacabado de la reforma y una multiplicación de sus objetivos, con la inseguridad que ello genera”.
Por ello, advierte que “existe el peligro de que se distraigan recursos hacia fines secundarios alejados de lo que han de ser los objetivos primordiales de la regulación financiera: la contención de los riesgos sistémicos y la construcción de la confianza de los inversores y usuarios. En este sentido, hay que subrayar que la multiplicación de objetivos deviene en mala regulación y en inestabilidad financiera”.
Y concluye que “más regulación era necesaria, pero es preciso que sea mejor. Y para mejorarla hay que trabajar sin demora para estabilizar la reforma y procurar acercarla, si no a la óptima, sí a algo más equilibrado y racional. A su vez se debe guardar una adecuada proporcionalidad a los distintos tipos y tamaños de entidades”.